Soy yo quien ha terminado por renunciar,
Soy yo quien debía deshacerse de la idea que atesoraba de nosotros,
De lo que éramos en el sexo.
Soy yo quien debe resistirse al frenesí de volverte a ver,
Sin importar el tiempo y lo vacía que se experimente mi existencia.
Soy yo el único responsable de mis carencias,
De lo que éramos en el sexo.
Soy yo el responsable de tanta fantasía,
Soy yo el problema,
Soy yo la solución.
Enhorabuena.
sábado, 27 de agosto de 2016
viernes, 27 de septiembre de 2013
Misiva al cielo II
Mi bien amado: he de partir esta
misiva pidiéndote disculpas. Has de pensar que he sido un ingrato. De hecho, lo
he sido. El tiempo, sus inclemencias, mi agotamiento, y la incapacidad de
expresar de un modo genuino cada sentimiento. Sé bien que entiendes. Sin
embargo mis manos son inquietas, y ya reclamaban volver a desplegarse para ti.
Siempre dóciles, siempre tuyas más que mías.
El sol comienza a entibiar los
rincones de cada lugar. De cada espacio rendido ante los fríos inclementes del
invierno. Le imprime colores nuevos a la tarde. Tonos dorados. Brillos opacos.
Aíres de vida. Todo lo propio de la bendita primavera.
Han sido buenos días; tranquilos
y acallados. Como si fueran conscientes del efecto que tuvieron un año atrás
sobre un corazón sencillo como el mío. Del escenario diametralmente diferente
al que se enfrentan cuando observan mi rutina. Cotidianidad que no te incluye,
ni te excluye. Mañanas, tardes y noches que te dan por inexistente. Ha de resultarles confuso, quizá.
Con todo, debo confesarte que la paz me
produce cierta incomodidad. Una sensación, un juicio apresurado de la razón.
Una rebuscada intuición de que algo debe pasar. Supongo que no estoy
acostumbrado. Supongo que la vida tiene más formas de las que hasta este
momento había conocido.
Qué es de ti; qué es de esos planes irrisorios; de esas grandes expectativas y miedos correlativos. Habrás conocido un nuevo amor; un nuevo camino, o quizá una nueva forma de vivir. Espero, honestamente, seas más feliz de lo que fuiste en la pasada primavera.
Difícil, quizá.
Aquí me tienes, entre parajes
suaves, desolados, cálidos, y ansiosos. Recibe mis parabienes y uno de aquellos
besos que jamás otro hombre podrá darte con mayor intensidad; enhorabuena.
sábado, 6 de julio de 2013
Misiva al cielo.
De momento en que me presto a esta misiva, he de ser,
primeramente, honesto. Honesto conmigo y para contigo, mi receptor. Honesto con
mis manos, con mis pensamientos, y mi cuerpo. Coherente, en suma. Después de
todo, esa es la única forma de verdad asible, humana y cierta.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde mi última carta? Es la
primera pregunta que asalta a mis pensamientos. Tú tampoco debes de recordar.
Luego del quiebre que provocaste en estos ojos, con tu partida, perdí toda
coordenada. Me hice agua con el agua, viento con el viento, hoja entre las
hojas. No supe del tiempo, del cambio de estaciones, ni de fechas esenciales.
Como si no existieran colores bajo el cielo, albas ni atardeceres. Colmado de
mí, pero vacío de ti.
Fue en esos tiempos en donde dejé de enviarte cartas; sin
duda. Había conocido la peor de las soledades. Ésa de la que habla María Luisa
Bombal en uno de sus cuentos, esa que solo se conoce cuando el cuerpo de la
persona amada yace a tu costado, impávido. Impertérrito a tu presencia, a tu
calor, que sin el suyo parece desvanecerse. Fue en esos tiempos en donde acabé
con mis misivas, insisto.
He debido reconstruir(me) mis días. He debido imprimir en
ellos el gesto vivo de mi presencia; el
rastro indubitado de mi voz. Asistirme de las risas, los elogios y de mi propia imagen. Fue un lugar seguro para un
corazón como el mío, por cierto.
He pensado en Sebastián, tu tatuaje. Lo quieras o no, en él está impreso nuestro
tiempo. Eso me alivia. Es una garantía, es mi título de propiedad sobre un pedazo
de tu historia. Es una huella innegable de mi paso en tu curso vital. Es vida,
decisión y pasado; lo que somos.
Hoy he vuelto, tanto en cuerpo como en letras; tanto en
brillo como en opacidad; tanto en verbo como en sustantivo. Y vuelve a
despuntar el alba, enhorabuena.
miércoles, 6 de marzo de 2013
el alba.
Tus manos estaban presurosas. Querían, y entre tanto y tanto
que querían, se volvían torpes. Toscas e infantiles. Quise ser condescendiente.
Dejé mi cuerpo libre; abierto a tus caricias, a tus estocadas y tu frenesí. De
pronto, entre tu respiración y tu boca posada en mi mejilla, pensé que me
querías. Volteé; quería ver tus ojos esteparios, besarte con la misma
profundidad que parecías desprender de tus extremos. Responder a tu llamado y a
mi necesidad. Mas cerraste tus ojos,
evitaste mis labios y encrespaste tus brazos. Qué idiota puede llegar a ser
uno, me dije. Tú me querías como un medio, y yo pretendiendo ser un fin. Despuntaba
el alba, otra vez.
miércoles, 23 de enero de 2013
te dejé ganar.
Contigo viajar no era viajar, sino vivir. En bellas artes fue
la primera cita. Al final del mismo día me tomaste la mano en el andén. Seguridad
y rebeldía. Amor y juventud. Durante el viaje acariciabas mis dedos con los tuyos.
Los ojos del resto pendientes de nosotros. Volaba, ya no era yo ni tú eras tú.
En metro Lo Ovalle me regalaste una rosa, la primera. Nos besamos y no sé
cuánto tiempo me tomó reponerme del mareo. Te abrazaba sin pudores. Una, cinco,
diez, veinte veces. Te aferraba junto a mí. Te contemplaba en el silencio
transitorio que se daba entre tren y tren. Contigo, cada rincón de una estación
tenía su sentido. Estaba hecho para ambos. Era el refugio que nos ofrecía el
ajetreo de la urbe. No importaba nada, estábamos presentes; uno frente a otro. Hoy,
cuando viajo por el metro, viajo.
martes, 15 de enero de 2013
esperanza firme.
Las palabras afloraron secas de su boca, como si la muerte
habitara las paredes de su cuerpo. Fueron como espinas. Se clavaban en mi pecho
tan rápido como nacían, resueltas e inclementes. La escena resultaba macabra.
Limitaba su campo de visión al suelo, como si en sus pies se hallaran certezas
que en su cabeza ya no estaban. Yo, por
mi parte, recogía las imágenes de su sonrisa. Los pedazos de vitalidad que
guardaba en mi memoria. Fue como quitar flores de un jardín. Prendí un
cigarrillo, el segundo. Tomé mi cabeza con las manos y lloré. Eran lágrimas
prudentes; acalladas por el ruido de los autos y los gritos de un niño a la
distancia. De pronto, posó una de sus manos en mi espalda. Sentí el patetismo.
Volteé mi cabeza y lo miré. Jamás olvidaré esa última mirada. Era de vergüenza.
sábado, 5 de enero de 2013
implosión.
Mi cuerpo está encrespado. La brisa de verano de esta noche ha perdido intensidad. La
puerta entre abierta deja pasar el viento como si fuera un grito que se escucha
a la distancia. Hoy, entre el camino apaciguado por la sombra de los
árboles, miré al cielo y me pareció
cansado. Cansado de no ser entendido por una mente tan estrecha como la mía. Le
pedí disculpas haciendo un gesto con mis manos. Las mismas manos necias que
esta noche están más frías.
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