jueves, 23 de septiembre de 2010

eclipse de amor*

Hoy me pregunté cuánto fue el tiempo suficiente que necesitaste para sacarme de cuajo de tu vida y aunque los hechos son menos auspiciosos de lo que me gustaría, tampoco puedo desatender lo manifiesto de tus gestos.

No tengo más remedio que una sola interpretación, quizá la más cruda y decepcionante, pero al mismo tiempo la única valerosa, libre y espontánea. La verdad es que jamás me quisiste, sí, jamás. En el sentido más técnico y vulgar del término, algo así, como: “un jamás de los jamases”.

Duele, aunque no lo creas mi material no es otro que la carne. Quema, tal como el azúcar en medio de un fuego sofocante. Hiere, como el filo cortante de un trozo de papel y se recuerda de tanto en tanto, como el luto necesario ante la muerte de mi propia expectativa.

Para algunos esto es más de lo mismo y probablemente lo es también para ti, después de todo, nunca fuiste capaz de voltearte, olvidaste de un momento a otro que estaba tras de ti y no tuviste el valor de socorrerme cuando sólo sabía de derrotas. Sin embargo, lo requiero, quizás para no olvidar, para no perderme de un momento a otro en lo denso de la oscuridad y la verdad es que hoy me reconozco más que antes, veo la fragilidad que me reviste, soy capaz de abrazar a mi propia soledad y de llorar, sí, de llorar por desamor.

Intento que cada uno de mis sueños no se escapen, busco de modo incesante el elixir para mantenerlos vivos en cada una de esas noches en que la melancolía pesa más que mi conciencia y tal cual Ícaro, desvanecerme muy de a poco al acercarme de modo intempestivo al calor de un sol de primavera.

Probablemente hoy no es mi mejor día, ayer tampoco fue la mejor tarde y menos lo ha sido esta semana. Sin embargo, ni el peso del más severo de los recuerdos o la más dura de las verdades ha sido suficiente, después de todo, jamás se ha vuelto quebrar lo que ya se encuentra roto.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

¿a qué sabe la soledad?

De un momento a otro los días tienen un sabor distinto, un tanto agridulce, como una mezcolanza original de soledad y plenitud. He comenzado a perder el aire en una multitud de banalidades, una pérdida incesante de tiempo, espacio, aire y luz.

A ratos creo que mis propias palabras pierden de modo abrupto toda su sustancia, mis términos se vacían de contenido y los momentos de un día cualquiera se desvanecen como un hielo bajo el sol, sin necesidad de un cielo abierto, con independencia de mi propia voluntad.

Pareciera que las calles hoy fueran más grises o la mirada de un extraño más ajena de lo común. Pero ya no tengo excusas, me veo compelido a olvidar la compasión, la alteridad o las buenas intenciones, comienzo a perder la subjetividad, la faz más profunda de mi propia existencia y la cotidianeidad se vuelve simple, tanto que duele y no tengo más remedio que reír.

Quizá es tiempo de escuchar a mi propia soledad, al menos hoy, es mas elocuente que yo.