sábado, 17 de septiembre de 2011

i'm never gonna dance again.

A la mañana siguiente de tu viaje, buscando aclimatar la idea de que tu regreso no sería pronto, de que me perdería durante meses la dulce sensación de tus besos en mi sien y aún más en la desdicha de saberte tan irresistible al tacto, me adentré entre mis cientos de papeles, archivos, libros y recuerdos. Necesitaba un golpe de recuerdo, un vestigio de mis percepciones primigenias sobre ti, una forma de rendirle honores a tus manos, a tus sonrisas profundas y malsanas, a tu cabello curvo y al torso amplio que hasta ayer me sirvió de cabecera.

Así, entre todo lo emotivo que escribí por otros y por ti, encontré un papel ordinario que bordeaba sobre el filo de una vieja agenda, contenía letras sin orden, como ofuscadas de existir o de caer en un lugar tan vil; intensas, un grito poderoso de mí y mi juventud, una forma desvergonzada de relatar y recordar el día que tus manos duras se perdieron en mi cuerpo, llevándose mi todo y dejándome contigo.

Valparaíso, 21 de septiembre del año 2009
Yo, que jamás creí en el erotismo de tu trato, hoy gozo por saber cuán equivocada estaba.
La tenacidad que intenté imprimirle a mi mirada no logró ni en parte limitarte; mis pechos fueron los primeros en caer en los embates de tu cuerpo, los emblandecías a diestra y siniestra con un vaivén que se tornaba doloroso. Tampoco mis resistencias ni lo sellado de mis labios lograron decantarte, parecías disfrutar de las renuencias que perdían de a poco su fuerza y motivo. Luego, seguiste por mis muslos, depositaste en ellos a tu rostro, cual idolatra que encontró a su diosa. Respirabas fuerte y a cada beso que le brindabas a mis carnes, expelías más tu olor a hombre, ése olor embravecido, fulguroso y univoco. Tus manos no conocían de modales, luego de mis pechos, y sin que ello te bastara, quisiste tomar mi cara con una de ellas y darme la longitud de tu índice como juguete de mi lengua. Mientras eso ya ocurría, tu lengua recorría cada centímetro de mi vientre, rozaba con mi pubis y se acercaba temeraria y decidida a lo que aguardaba bajo el calor de mi calzón. Tus pupilas acusaban una excitación animalesca, envalentonado por el alcohol, tu halito tibio estremeció cada rincón de mi entrepierna, me retorcía sin más explicación que la proximidad de tus labios y tu lengua con mi sexo, con ese cosquilleo de los pelos de tu rostro rozando con mis labios sin ánimos de dar un paso atrás.

Ya absorto entre mis carnes, con el juego profuso y húmedo de tu lengua y mi vagina, olvidé las dudas, las convenciones sociales se volvieron polvo, sólo sabía de mi infinito placer que subía cual humo de cigarrillo, en curvas suaves y cadenciosas hasta el techo de la habitación. Fue un orgasmo sublime, de aquellos que liberan y contraen tus hormonas, me sentía colmada de energía y vaciada al mismo tiempo.

Te dirigiste hacia mi boca, la besaste con desesperación y sentí perder el aíre, me dejabas suspendida en el espacio tiempo, cual materia inerte ya no lograba coordinar ni los parpadeos. De un momento a otro perdí mi propia corporalidad, ya no era nadie, sólo mi cuerpo era el que importaba, y saberme presa fácil, tierra fértil y colonizada era el aliciente necesario para perder todo atisbo de control.

Una vez sobre tu cuerpo, me monte por entera sobre él, me sentí plena, dichosa de cada extremidad, sensual hasta el último de mis poros, viva y tan viva que los colores parecían notarse con más intensidad y mis pezones endurecerse con una fuerza inusitada. Mis ojos no despegaban su mirada de tu rostro, de tus ojos taciturnos, de tus expresiones de deseo urgente y animal. De entre nuestros sexos se había generado un torrente ardiente, y ya no quedaba tiempo ni vacilación alguna, cual rio en busca de su cauce dejamos que rompiera con cada cosa que encontrara en su camino, que desembocara en nuestro mar y acabara con nosotros.




relato erótico II

jueves, 1 de septiembre de 2011

me pertenezco.

Me miro en el espejo, juzgo mi rostro, las facciones endurecidas con el paso de los años, mi cabello dócil, tan dócil que parece muerto, sin la rebeldía propia de su juventud. Luego, mis ojos (ajenos al todo de mi cuerpo) recorren los surcos de mi vientre, sus rincones y los rastros de una vida sedentaria.

Toco mis piernas y me invade un inusitado escalofrío, rozo mis nalgas con la punta de mis dedos, de principio a fin, brindándome una repentina excitación. Poso una de mis manos en mi cuello y la froto intensa y de modo circular, presionando a las clavículas y la cuenca que se forma bajo mi manzana. La otra mano, está perdida entre mis genitales, frota la parte inferior de mi ano, recorre los parajes que lo unen con mi pene y me termino masturbando en un vaivén profundo, cálido, húmedo y fugaz.

Mi mente está perdida, si hace un minuto pensaba en la desdicha de una rutina inexorable, ahora sólo sabe de deseo, se regocija al saberme vivo, encrespado en el calor que emana de mi cuerpo.

El morbo se alimenta de mis gemidos a cada instante más urgentes, mis oídos gozan por sí solos de los sonidos que desvergonzadamente emito y que rebotan por el cuarto. de pronto, el cosquilleo inicial se transforma en un torrente que entibia y encurva mis extremos; Cual agua en punto de ebullición, mi cuerpo todo se torna rojo y sudoroso; y una vez en libertad, dejo escapar un final desmedido, agobiado de lujuria, colmado de vida y juventud.