jueves, 8 de diciembre de 2011

lo nunca dicho

Qué idiota he sido. Qué duro resulta el cegarse por propia voluntad. No quiero saber dónde me encuentro, no quiero. Tapar los oídos, cerrar los brazos y no prestar atención a lo que me suceda, eso he hecho durante tanto tiempo, tanto que ya no sabría decir cuándo, dónde ni porqué. Nunca me había sentido tan solo en la vida. Me olvidé DE MI en medio del camino y por más que lo intentara, a nadie le resulto atractivo levantarme. Aquí me ves, sin esperanzas, sin brillo ni sonrisas; Aquí me tienes, con manos débiles y lánguidas, pero capaces - a la fuerza de costumbre- de soportar el daño.


*antes/después

viernes, 11 de noviembre de 2011

anarquía

¿se puede comenzar algo nuevo cuando no sabes despojarte de lo viejo?
Tal parece que no, o al menos, eso parecía decir el corazón.

Ya no lograba pasar inadvertido ante tanta indiferencia, se hacía urgente deshacerme de toda esperanza mal forjada, del sequito de sueños que germinaron por mi cuerpo, y romper con todo lazo, vínculo o tejido que se negara a dejar atrás.

Me extrañaba tanto, ya no lograba distinguir, reír o prometer con la sinceridad de antes; era un material de estudio, un desecho tóxico que renegaba de su naturaleza, un alma aferrada a la felicidad mundana, a la podredumbre y las migajas.

Y es difícil, muy difícil, despedirse así sin más de tanto - o quizá tan poco-, ponerse de pie y en busca de sentido; de una razón que superara a este desgano, que hidratara a estos labios desolados y que me consolidara cómo un todo: unidad de acción, voluntad y sentimiento.

Comencé por el deseo, me pregunté qué no estaba dando resultados, busque mi soporte y dí una vuelta a mi estructura; tomé la decisión de no retirar la apuesta, de aumentar los riesgos y aposté a la rebeldía, a mi instinto animalesco para que lo rompiera todo, sin mediar en consecuencias.

Cerré los ojos, abrí mis manos y respiré muy hondo para expulsar el alma, en una especie de desposeimiento inapelable de lo que ya no sirve ni deseo. Confío en el caos, en el sentimiento por el sentimiento y en los besos que se dan en tiempos de anarquía.

martes, 1 de noviembre de 2011

desgraciado

Eres un desgraciado, es lo primero que pensé.
Me duele saber que puse mis manos al fuego por ti. Me duele entender -al fin- porqué has procedido así. Me libera sentir que esto ya no me compete a mi.

sábado, 22 de octubre de 2011

dolor

Tal parece, según lo señala la experiencia, que el dolor es una de las experiencias más comunes y eventualmente periódicas, para un ser humano. Los hay de distinta clase: aquel que es físico y externo, que penetra, quema o rompe sobre nuestra piel, que acaba sin piedad con su armonía y que deja cicatrices para recordar sus triunfos; también está aquel que germina en el interior, que busca expandir sus consecuencias y que parece gozar de los lamentos a cada instante más urgentes. Por otro lado también están aquellos sigilosos, aquellos que no dan cuenta de sí mismos para con el resto, sino que sobreviven en la sombra, en el lado oscuro de cada corazón y que se alimentan del tiempo, la desidia y el temor.

¿Y qué de aquel dolor placentero? Este es el peor, pues relega a quien quiera que lo padezca, lo convierte en esclavo de sus consecuencias placenteras, nos pone de cara contra nuestra naturaleza animalezca, se busca y goza sin mediar en sus efectos y es en definitiva, concreción de nuestra realidad humana y dual. Dualidad de ser, acción y pensamiento, lo bueno y lo malo, lo positivo y negativo, lo objetivo y subjetivo.
¿No les parece que así visto el dolor, en tantas oportunidades se pierde frente a lo que llamamos amor?

sábado, 17 de septiembre de 2011

i'm never gonna dance again.

A la mañana siguiente de tu viaje, buscando aclimatar la idea de que tu regreso no sería pronto, de que me perdería durante meses la dulce sensación de tus besos en mi sien y aún más en la desdicha de saberte tan irresistible al tacto, me adentré entre mis cientos de papeles, archivos, libros y recuerdos. Necesitaba un golpe de recuerdo, un vestigio de mis percepciones primigenias sobre ti, una forma de rendirle honores a tus manos, a tus sonrisas profundas y malsanas, a tu cabello curvo y al torso amplio que hasta ayer me sirvió de cabecera.

Así, entre todo lo emotivo que escribí por otros y por ti, encontré un papel ordinario que bordeaba sobre el filo de una vieja agenda, contenía letras sin orden, como ofuscadas de existir o de caer en un lugar tan vil; intensas, un grito poderoso de mí y mi juventud, una forma desvergonzada de relatar y recordar el día que tus manos duras se perdieron en mi cuerpo, llevándose mi todo y dejándome contigo.

Valparaíso, 21 de septiembre del año 2009
Yo, que jamás creí en el erotismo de tu trato, hoy gozo por saber cuán equivocada estaba.
La tenacidad que intenté imprimirle a mi mirada no logró ni en parte limitarte; mis pechos fueron los primeros en caer en los embates de tu cuerpo, los emblandecías a diestra y siniestra con un vaivén que se tornaba doloroso. Tampoco mis resistencias ni lo sellado de mis labios lograron decantarte, parecías disfrutar de las renuencias que perdían de a poco su fuerza y motivo. Luego, seguiste por mis muslos, depositaste en ellos a tu rostro, cual idolatra que encontró a su diosa. Respirabas fuerte y a cada beso que le brindabas a mis carnes, expelías más tu olor a hombre, ése olor embravecido, fulguroso y univoco. Tus manos no conocían de modales, luego de mis pechos, y sin que ello te bastara, quisiste tomar mi cara con una de ellas y darme la longitud de tu índice como juguete de mi lengua. Mientras eso ya ocurría, tu lengua recorría cada centímetro de mi vientre, rozaba con mi pubis y se acercaba temeraria y decidida a lo que aguardaba bajo el calor de mi calzón. Tus pupilas acusaban una excitación animalesca, envalentonado por el alcohol, tu halito tibio estremeció cada rincón de mi entrepierna, me retorcía sin más explicación que la proximidad de tus labios y tu lengua con mi sexo, con ese cosquilleo de los pelos de tu rostro rozando con mis labios sin ánimos de dar un paso atrás.

Ya absorto entre mis carnes, con el juego profuso y húmedo de tu lengua y mi vagina, olvidé las dudas, las convenciones sociales se volvieron polvo, sólo sabía de mi infinito placer que subía cual humo de cigarrillo, en curvas suaves y cadenciosas hasta el techo de la habitación. Fue un orgasmo sublime, de aquellos que liberan y contraen tus hormonas, me sentía colmada de energía y vaciada al mismo tiempo.

Te dirigiste hacia mi boca, la besaste con desesperación y sentí perder el aíre, me dejabas suspendida en el espacio tiempo, cual materia inerte ya no lograba coordinar ni los parpadeos. De un momento a otro perdí mi propia corporalidad, ya no era nadie, sólo mi cuerpo era el que importaba, y saberme presa fácil, tierra fértil y colonizada era el aliciente necesario para perder todo atisbo de control.

Una vez sobre tu cuerpo, me monte por entera sobre él, me sentí plena, dichosa de cada extremidad, sensual hasta el último de mis poros, viva y tan viva que los colores parecían notarse con más intensidad y mis pezones endurecerse con una fuerza inusitada. Mis ojos no despegaban su mirada de tu rostro, de tus ojos taciturnos, de tus expresiones de deseo urgente y animal. De entre nuestros sexos se había generado un torrente ardiente, y ya no quedaba tiempo ni vacilación alguna, cual rio en busca de su cauce dejamos que rompiera con cada cosa que encontrara en su camino, que desembocara en nuestro mar y acabara con nosotros.




relato erótico II

jueves, 1 de septiembre de 2011

me pertenezco.

Me miro en el espejo, juzgo mi rostro, las facciones endurecidas con el paso de los años, mi cabello dócil, tan dócil que parece muerto, sin la rebeldía propia de su juventud. Luego, mis ojos (ajenos al todo de mi cuerpo) recorren los surcos de mi vientre, sus rincones y los rastros de una vida sedentaria.

Toco mis piernas y me invade un inusitado escalofrío, rozo mis nalgas con la punta de mis dedos, de principio a fin, brindándome una repentina excitación. Poso una de mis manos en mi cuello y la froto intensa y de modo circular, presionando a las clavículas y la cuenca que se forma bajo mi manzana. La otra mano, está perdida entre mis genitales, frota la parte inferior de mi ano, recorre los parajes que lo unen con mi pene y me termino masturbando en un vaivén profundo, cálido, húmedo y fugaz.

Mi mente está perdida, si hace un minuto pensaba en la desdicha de una rutina inexorable, ahora sólo sabe de deseo, se regocija al saberme vivo, encrespado en el calor que emana de mi cuerpo.

El morbo se alimenta de mis gemidos a cada instante más urgentes, mis oídos gozan por sí solos de los sonidos que desvergonzadamente emito y que rebotan por el cuarto. de pronto, el cosquilleo inicial se transforma en un torrente que entibia y encurva mis extremos; Cual agua en punto de ebullición, mi cuerpo todo se torna rojo y sudoroso; y una vez en libertad, dejo escapar un final desmedido, agobiado de lujuria, colmado de vida y juventud.


martes, 30 de agosto de 2011

I just need you now.

A pocos días de su muerte, el olor a rosas, claveles y otros eufemismos aún persisten en el aíre, como un recuerdo adherido a la conciencia colectiva y a la mía propia. El pasar del día a día no ha cambiado con su muerte, los vivos siguen actuando como imberbes, los niños riendo con lo absurdo, y yo por mi parte, continúo arrastrando la misma tendinitis que nunca me he tratado.

El silencio es más callado desde el día de su muerte, como si los pájaros hayan decidido no cantar y los autos acallarse. Cierro mi boca y puedo escuchar la nadería, como un eco eterno de la plenitud de antaño fenecida, cuando él vivía y yo con él.

No sé en momento terminé por sucumbir en su mirada, últimamente y durante los últimos días de su vida, he hecho una especie de reminiscencia, quitando el polvo a los recuerdos para buscar aquella tarde (por el brillo de sus ojos bajo el sol) en que lo conocí, pero por más que intento no lo sé, lisa y llanamente no lo logro; Es imposible escindir el momento de la situación, es un intento estéril de separar lo subjetivo y quedarse con el resto.

Quiero volver a enamorarme, o al menos, adherir su piel junto a la mía. Requiero la pervivencia del encanto de vivir un día más; temo olvidar, le temo al perder y a perderme junto a él

sábado, 20 de agosto de 2011

tomame.

Dime tú qué hacer, dime cómo y cuándo todo cobrará sentido, señálame la forma de entender todas estas delimitaciones. Pareces tener tanta seguridad, un sentido común parsimonioso, un modo ágil y maduro, la experiencia vasta propia de un anciano. Por mi parte, no veo sino un tejido sin orden, un cúmulo de puros y vulgares sentimientos, un llanto y una risa enajenada, una inocencia primigenia y un erotismo elaborado.
Ven, sin miramientos; explícame las cosas de un modo que parezca simple, dame ese sentido de existencia, las coordenadas básicas de orientación, toma mi mano y no vaciles en hacerlo fuerte, bríndame un poco de tu calor vital, de aquel que trasciende de tus dedos, desde la punta más álgida del índice al pliegue perdido del pulgar; toma mi cabeza, cubre mis ojos de la realidad profana y su verdad, y así sin más, presiona fuerte tus labios contra mi cabello, con una bocanada tibia de tu respiración.
El carménère es el único testigo de mi patetismo, del recuerdo ensombrecido que hay tras tu figura, y por más que intento no caer en la desazón no veo más caminos, como condenado a una sentencia inmerecida. Se retuercen mis extremidades, mi corazón va de paso en paso perdiendo intensidad, y ya a esta altura sólo deseo que me tomes, que no concibas tu vida sin la mía, que lo haga sin mirar atrás, depurado del temor, ávido de mí y de la estela de vapor que emana en cada beso.

viernes, 22 de julio de 2011

el único implicado

Sí, hoy he comenzado por decir que no, he optado por ignorar a mis sentimientos más vulgares, he dado un paso al lado y he llorado como pocas veces al entender que ya no existe vuelta atrás. Cómo podría no hacerlo, cómo no lamentar el tiempo perdido, la energía, paciencia y afecto que no lograron abrir tus ojos en dirección hacia mí rostro; Es así, una vil derrota, como muchas otras, pero que hoy me toca a mí.

No sé cuánto tuve que esperar para enfrentar mi realidad con gallardía, probablemente más del tiempo del necesario, por meses o quizá años acalle mis emociones, que cual tierra fértil surgían de modo natural y tempestivo, sin contemplaciones ni vacilaciones.

No sabes el dolor que significa el escribir cada palabra, cuán hondo es el vacio de saberte fuera de mi alcance, el trabajo que será olvidarte, el recordar las noches en que me convencía de que esto no era más que un tonto enredo, una pérdida de tiempo ociosa y sin consecuencias materiales.

Ya lo he dicho, este quiebre ficticio de lo nuestro, o más bien, de lo mío contigo, es la única vía que he encontrado para liberarme del dolor, de cicatrizar la herida que yo en conciencia he decidido infringirme; esta vez no habrá víctima ni culpable, por suerte, soy el único implicado.

lunes, 27 de junio de 2011

abismo

He llegado nuevamente al mismo sitio, la quebrada se me hace familiar, pero el vacio cada vez me parece menos profundo. Observo a mí alrededor y me siento libre, aliviado de errores y culpas sin sentido; me muevo con la parsimonia que dicta mi propio corazón y al alzar los brazos pareciera que la luna limitara con mis dedos. Sí, es el mismo sitio, pero la sensación es diametralmente opuesta, como si quien se parara frente al abismo ya no fuera yo, parece haberse mudado un alma nueva en el mismo cuerpo que le servía de refugio a la anterior, lo cierto es que ya no queda nada, ni la sombra ennegrecida que acompañaba mis pasos poco decididos.

Hoy ya no hay ninguna razón para no verme sonreír, me deleito con mi reflejo ante el espejo, con mis palabras depuradas del resentimiento, con la espontaneidad de cada risa; Encontré el modo de entibiar mis manos por mi cuenta, de gozar de mi propia intimidad, de extender los brazos y encontrar cientos de abrazos en los cuales reposar.

Así, el vacio ya no tiene esa pretérita hondura, hoy se me presenta como un obstáculo necio, como parte inevitable del camino, una parte a la que por cierto tenía ganas de volver, pero sé bien que el descanso era necesario, esta especie de novación y que hoy me deja así: libre y de paso firme, cual hombre que lo apuesta todo por ganar.

maldita maldición

¡No me toques! ¿Acaso no has entendido cuánto me duele tener tus labios tan cerca de los míos? Sé bien cuán generosos suelen ser contigo, pero la sequedad los vuelve cada vez más agrios, inertes y desdichados. Has sido inteligente, sólo basta con observarme, mirar como mi cuerpo se contornea para ti, como mis ojos parecieran recorrer con meticulosidad cada línea de tu rostro, la intensidad con la que mi pecho se agita por tu voz o la inusual fuerza que descargo en cada abrazo.

Tan inteligente has sido que hoy me tienes como un pordiosero, deseando cada rincón que forma parte de tu anatomía, obsesionado con la cantidad de veces que te veo sonreír, con el modo o modos en el que decides darme las luces bidireccionales de ti.

No me encuentro bien, soy consciente del daño y es por eso que te pido ”no te acerques”, porque sé muy bien que no soy más que un juego, una vía de escape, cual puta de buena paga, aún cuando no sea por nada material, salvo empero, por tu cuerpo.

Ya me has escuchado, recoge tu aroma y quítalo de mí.

sábado, 30 de abril de 2011

la relativa paz.

Cómo evitar el término de lo que ya se encuentra predeterminado, de qué modo puedo asir a una realidad que se escapa de mis manos. La hora va pasando rápido, los minutos se asemejan a segundos y mi día pareciera no querer comenzar; producto de las múltiples distracciones, de un cansancio físico que ni yo me explico y de un letargo emocional rebuscado, aunque no por ello, menos cierto.

No sé porqué tengo tanto desconcierto, ya no queda nada en estas tierras que no haya decidido recorrer, ninguna sonrisa ha sido suficiente para despertar la espontaneidad de la mía, ningún par de ojos me ha generado una emoción original, las manos que he rozado sólo aumentan el frío de las mías y ya mi piel ha olvidado qué es vibrar por otra.

Debo ser sincero, el tiempo se ha agotado, ya no queda espacio para el llanto, mis ojos ya no son capaces de contemplar con esa pretérita intensidad, me veo compelido a una rutina fría, a una habitualidad que ya ni duele ni molesta y creo que esa es, sin duda, la peor parte.

¿Será que el vicio jamás será posible de sanear? Mi planteamiento es lógico, o más bien, filosófico; sé cuán duro es el ejercicio de volver atrás, quizá tanto como desear olvidarlo sin más en una especie de borrón y cuenta nueva, pero no soy capaz de moverme de este sitio sin dar repaso a lo que ya no fue, al devenir inevitable del que en parte, me siento responsable ¿por qué? ¿Cuándo fue que pase de víctima a un brutal instigador?

Es este el punto de inflexión, aunque parezca anodino, del resto de mi año. La realidad circundante no podría ser más clara y no es el modo que esperaba pero ya no puedo ni quiero ir contra la corriente; los mártires de ayer sólo son víctimas de hoy.

Por el momento, sólo aguardo la esperanza de una curva, cual rebelde que rompe con la paz.


jueves, 24 de marzo de 2011

odio

Odio esta sensación, odio no tener ni un ápice de lógica, deprimirme sin justificación; odio buscar canciones que me lleven a estadios emocionales que no consigo por sí solo, odio no poder odiar a tanta gente que quizá lo mereciera, odio saber que ya perdí toda la atención, que nadie piensa en mi por las mañanas, odio escribir sin ninguna motivación más que mi desazón, odio pensar que soy un idiota por quejarme, odio tener límites -quisiera romperlos todos- odio que mi imagen no sea la que deseo, odio encontrarme en una pieza oscura tratando de inducirme el ánimo, odio no encontrar unos pies con los que calentar los míos, odio no poder desatender a lo que pienso, odio que mi nariz siempre esté fría, odio mi sonrisa, sí, cómo la odio; odio perder el tiempo con un sinnúmero de idiotas, odio tratarlos como idiotas cuando no lo son, odio –lamentablemente- la felicidad de otros, odio que la vida sea tan injusta, odio ser el término medio en todos los conflictos, odio que me traten diferente a priori, odio a la gente bipolar, odio la deslealtad, la mentira y la omisión. Odio -a ratos- ser homosexual, odio no poder expresarme con plena libertad, odio el egoísmo, odio no creer en el amor a primera vista, odio esperarlo a diario y sobre todo, odio que mi mente actúe más rápido que yo.

Lo contrario al amor no es el odio, es la indiferencia.

martes, 15 de marzo de 2011

qué lindo es soñar

El momento era de aquellos que no prometen nada, de esos sin pena ni gloria, una especie de vacio del que nadie nota su presencia. La hora transcurría lenta, con una suavidad insana. La brisa nocturna no tenía ni un poco de color u aroma, era insípida, sólo limpiaba el humo del cigarro que ya había acabado. En mi mente se alojaba la idea de escapar, de correr sin dirección, de encontrarme de cara con mi corazón, con los sentimientos que pretendía desatender a diario pero que de a poco se hacían más intensos e irremediables.

Qué más podía hacer en aquel instante hostil, qué otro camino me quedaba para no volverme víctima de mi, qué lugares o personas tendrían el mérito de hacerme olvidar la soledad. ¡Maldito jueves inerte!

Decidido a vencer a mi absurda desazón, me recosté sobre la cama, cerré los ojos y pensé en todo lo que deseaba de esa noche, imaginé tu rostro pensando en mi, vi a tus dedos marcando el número de mi teléfono, escuché tu voz, como siempre casi susurrabas, preguntabas de lo trivial, hablabas poco, asentías rápido, después de todo, tu objetivo era otro. Me decías cuánto me extrañabas y terminabas por preguntar si aún la hora era prudente para concertar una visita.

Yo, ansioso pero consciente del rol y los riesgos que tomaba, te di un sí sin vacilaciones, sólo quería verte, ya nada me importaba, esa era la verdad. Tomabas tus cosas, sabiendo que esa noche no la pasarías en tu cuarto, te mirabas con desconfianza frente a tu espejo pero bien sabias que esa noche tu apariencia, poco importaba. Raudamente- mientras tú venias- lavaba mi rostro, intentaba ordenar el embrollo que tenía en mi cabello, lavaba mis dientes con paciencia y juzgaba la ropa que llevaba conmigo.

De pronto, antes de lo que pensaba, mi teléfono sonaba, estabas acá, subías a mi casa y venias con ese chocolate que tanto he deseado. Abro mi puerta, ahí estabas, con tu espalda curva, con tus ojos pequeños y sonrientes, con tu cuerpo enjuto exclamando por un beso. Huelo tu aroma y siento nuevamente que respiro, olvido de un momento a otro todo atisbo de duda o de inseguridad, te llevo hacia mi cuarto con la certeza de que hago lo correcto y de una vez por todas, me abrazas para no soltarme más.

Qué lindo que es soñar ¿y soñar no cuesta nada?

martes, 1 de febrero de 2011

quiebre

El decadente paso de tus manos por mi cuerpo era el anuncio más claro y doloroso de la falta de afecto de tu persona hacia la mía, los minutos comenzaban a hacerse cada vez más largos y entre gemidos cada vez más escasos y fingidos buscaba tu mirada, en un intento estéril por reencontrarme con ese brillo de antaño, con la espontaneidad, con ese encandilamiento propio de quien se siente enamorado. Ya nada nos iba quedando, ni la libido era suficiente para encontrar a nuestros labios. Quizá las palabras comenzaban a ser necesarias, me decía a mis adentros, mientras tu cuerpo se erguía frente al mío, quizás un “no” era la llave para terminar con el calvario que significaba el no tener tu corazón en sincronía con el mío.

Necesitaba un haz de luz, un golpe de coraje, porque no tenía el valor de quitarte de ahí, porque bien sabía que no tan sólo te quitaría de mi cama, sino de mis días, irrevocablemente.

¿Era el momento prudente de hacerme un mea culpa? Bajo tu cuerpo sudoroso y firme, ¿debía arrepentirme y culparme por todo lo que había hecho para llegar a esta situación? La respuesta se aparecía tan clara frente a mí, se me enrostraba como una verdad inescindible y de haberlo hecho, de haberme martirizado en aquel instante jamás me lo hubiera perdonado.

Qué fácil resulta perdonar al resto en comparación al tiempo que toma perdonarse a sí mismo, al parecer tenemos mayores expectativas en nuestras propias decisiones pese a que algunas veces no debiera ser así.

martes, 18 de enero de 2011

pedazo de felicidad

Estaba tan defraudado, la vida pasaba a ser un paso doloroso y sin motivaciones. Las lagrimas le sabían tan insípidas, habían perdido todo atisbo de sabor y no le quedaba nada, absolutamente nada.
Luego de cruzar el umbral de su dormitorio, tomó el trago más amargo de la saliva que se encontraba estancada en su paladar, la sensación fue dolorosa. Secó sus lagrimas con agresividad, como queriendo infringirse un dolor del que se sentía merecedor. Luego, termino por atravesar la puerta de su casa y encender el inevitable cigarrillo de todo momento que se digna a ser obscuro.

Caminó sin destino aparente, se arrepentía de tanto en tanto en mitad de su camino y optaba por cambiar de ruta, quizás a modo de pedir una última oportunidad al esquivo y a esa altura, maldito azar. ¿Por qué? ¿En qué momento había terminado de ese modo? ¿Cuáles fueron las razones de su resolución? ¿Qué lo hacía huir sin vuelta atrás de su ciudad? Sin ser él, aún capaz de responder a las preguntas que resonaban en su mente, optó por comprar un pasaje de ida a lo que esperaba fuera su muerte silenciosa, privada, alejada del patetismo que implicaba su existencia actual. La soledad ya se había convertido en su compañera fiel, había logrado sentirse a gusto junto a ella, era el único lugar donde se sentía libre, alejado de los juicios y prejuicios que ya no tenía capacidad de tolerar.

En el transcurso a su destino logro conciliar un sueño, que de sueño tuvo poco, circuló en el límite de la inconsciencia, su corazón le daba más arrebatos de lo normal, iba con un pulso acelerado, muy disímil a su propia realidad.
Una vez en el mar eligió por sentarse en la orilla de esa playa que hasta hoy no ha conocido de olas tan grandes como las de de aquel domingo. Miró hacía el cielo, sabía que el momento había llegado inevitablemente, le temblaba todo el cuerpo como la señal más próxima de lo que implicaba resignarse a una verdad que el mismo había buscado.

Giró su cuerpo, pero sin mover sus pies los que se encontraban inmersos en la arena, y ahí – frente a él- estaba Andrés. Estaba su cuerpo, su espalda enjuta y su sonrisa sonsa. Traía dos bolsos consigo (de seguro insuficientes para cargar con todo lo que dejaban irrevocablemente) y un entusiasmo que bordeaba la imprudencia, fue precisamente esto último lo que terminó por convencerlo de que hacia lo correcto.

¿Estabas hace mucho? -preguntó Andrés- mientras se acomodaba al lado de Julio quien de inmediato contestó, no, sólo lo suficiente. ¿Estás seguro de todo esto? Sí, respondió Julio- sin vacilar ni pensarlo con algún grado de detención- sólo tú has sabido compartir mi soledad, contigo ya nada dolerá, ni el rechazo del mismo dios o de mi madre. Me cansé de la absurda clandestinidad, de lo inmoral que significa el extrañar tus manos y de lo idiota que es el no besarte cuando lo requiero. Hoy Andrés he decidido morir para los demás, sólo por ti y para ti.
Ambos sabían que ello no era garantía de nada, que las cosas podían arruinarse al poco andar, pero ya nada importaba, sólo deseaban compartir su pedazo de felicidad.