sábado, 30 de abril de 2011

la relativa paz.

Cómo evitar el término de lo que ya se encuentra predeterminado, de qué modo puedo asir a una realidad que se escapa de mis manos. La hora va pasando rápido, los minutos se asemejan a segundos y mi día pareciera no querer comenzar; producto de las múltiples distracciones, de un cansancio físico que ni yo me explico y de un letargo emocional rebuscado, aunque no por ello, menos cierto.

No sé porqué tengo tanto desconcierto, ya no queda nada en estas tierras que no haya decidido recorrer, ninguna sonrisa ha sido suficiente para despertar la espontaneidad de la mía, ningún par de ojos me ha generado una emoción original, las manos que he rozado sólo aumentan el frío de las mías y ya mi piel ha olvidado qué es vibrar por otra.

Debo ser sincero, el tiempo se ha agotado, ya no queda espacio para el llanto, mis ojos ya no son capaces de contemplar con esa pretérita intensidad, me veo compelido a una rutina fría, a una habitualidad que ya ni duele ni molesta y creo que esa es, sin duda, la peor parte.

¿Será que el vicio jamás será posible de sanear? Mi planteamiento es lógico, o más bien, filosófico; sé cuán duro es el ejercicio de volver atrás, quizá tanto como desear olvidarlo sin más en una especie de borrón y cuenta nueva, pero no soy capaz de moverme de este sitio sin dar repaso a lo que ya no fue, al devenir inevitable del que en parte, me siento responsable ¿por qué? ¿Cuándo fue que pase de víctima a un brutal instigador?

Es este el punto de inflexión, aunque parezca anodino, del resto de mi año. La realidad circundante no podría ser más clara y no es el modo que esperaba pero ya no puedo ni quiero ir contra la corriente; los mártires de ayer sólo son víctimas de hoy.

Por el momento, sólo aguardo la esperanza de una curva, cual rebelde que rompe con la paz.