sábado, 16 de enero de 2010

y nunca me sentí tan bien (8)

El sol ardía con fuerza aquella tarde, la acera se derretía de a poco con el paso de sus rayos, e Ícaro no era la excepción. Su cuerpo letárgico no daba respuestas, adormecido por el calor intenso, por el magnetismo inevitable de sus pensamientos.

Se escurría entre gotas de sudor y miel, soñaba despierto con un paraíso tropical, con labios acuosos, con el abrazo sincero y frio del amor. La sonrisa despiadada de la suerte le afectaba un poco más que de costumbre, odiaba la vulnerabilidad que lo envolvía, que lo hacía humano y patético.

El tiempo se hacía tan mezquino, no le daba el paso a su desgano. La maquina incesante de la rutina lo empujaba de manera cruel a un destino que no era el suyo o al menos, no era el que deseaba. La frustración era intensa y no podía más que dar cuenta de ella, como quien reconoce lo indeseable e inevitable de sí mismo.

Necesitaba abrir sus ojos, alzar en lo alto sus brazos y liberar cada célula inerte de su cuerpo. No era tan solo una necesidad, sino que también, un deseo, una meta y un propósito. La única vía hacía su propia y original serenidad.

El verano no pasaba en vano y sutilmente revelaba aquel miedo irracional a los sentimientos, a sonreír por mirar otra sonrisa, a llorar por la quietud de otra boca, a ser susceptible a los ojos de otro.




*comienzas a despertar mi miedo