viernes, 30 de marzo de 2012

Abril.

Te condeno a conocer a la nostalgia, al desconcierto espiritual; te sentencio a un otoño frío, agrío, reseco y maldecido; te reto a la soledad genuina, a vivir sin vivir en ti, a desgastar tu dignidad, a abrazar la nadería y a reír sin ganas de reír.


lunes, 19 de marzo de 2012

maldigo.

Qué puedo hacer para desterrarte, para quitarte de esta piel que ruega por no ser dejada en el olvido, que no puede dejar de estremecerse frente a tu recuerdo; relegada a un momento frágil, a una emoción supuesta y dolorosa. Aún soy capaz de sentir el sonido agitado de tu boca mientras recorrías cada recoveco; el peso de tus manos cuando las posabas en mis muslos; o la profundidad que le imprimías a tus ojos, como el mejor de los actores, en el mejor de sus papeles.

Malditas emociones que no encuentran complemento, que se desvanecen en el aíre sin destino; desorientadas, desconsoladas y vacías. Cual fruta fuera de su tiempo, comienzo a pudrirme de manera indeclinable, mi sabor se torna amargo, va agotándose mi vida y me repleto de trozos que han perdido su sentido. Personas, lugares, lágrimas y besos que ya no encuentran fundamento, que no se bastan a si mismos y que sólo sirven para esto, para generar un montón de letras fulgurosas.

Qué hiciste con mi voluntad, con el brillo natural y con la luna que ya no logro disfrutarlas; qué hiciste con las esperanzas, con el frío del otoño y con mi imaginación que ya no logro ni buscar. Por ahí he escuchado un par de frases naturales de que el corazón no sabe de razones, de que los vínculos pueden ser eternos cuando el amor es verdadero, o de que tocará mi puerta en el momento menos esperado. Tómalas a todas como una forma de reproche, como una maldición lanzada al alto cielo de quien ha decidido alzarse frente a toda verdad indiscutible, como un rebelde iracundo y egoísta. Recibe esta misiva furibunda como la manifestación más genuina del amor y sus brujerías.

sábado, 3 de marzo de 2012

Cinco para las ocho.

Cinco para las ocho de la tarde, el té está sobre la mesa, tú de frente mirando hacía la puerta y yo, aproximándome a su marco. Te ves fresco, de aspecto religioso, como una mezcla de paz y de dolor patente. Estaba nervioso, tu mensaje de hace dos horas solicitando mi presencia parecía escrito con vehemencia, no terminé ninguna de las cosas que tenía como pendientes, me parecían anodinas frente a tu necesidad. Ahí estaba, puntual como pocas veces, frente a tu rostro circunspecto. Una vez que cruce el umbral, mis manos comenzaron a sudar y mis piernas a flaquear, como si mi cuerpo todo se rindiera ante algo superior. ¿Estás bien? Lo escuché de fondo entre mi vahído, me sostengo de tu brazo y te respondo: “sí, sólo es un poco de cansancio” ¿qué pasó, porqué la urgencia en tu mensaje? Mentí, me sentía mal y no quería escucharte, le tenía pánico a cada palabra que escapara de tu boca, pero no podía negarme o esperar a que olvidaras lo que ibas a decirme. “Primero toma asiento, tengo el té sobre la mesa” esbozo una sonrisa, discreta, pero sincera, después de todo eso aplazaría al dolor o el té me ayudaría a diluirlo.

Todo bien dispuesto, una mesa bien sencilla, dos tazas, un poco de pan y un par de cosas dulces, de esas que normalmente disfrutaba por las tardes. Miro todo con nostalgia, como si me despidiera por adelantado de todos los detalles, de lo feliz que era hasta hace un par de horas.

Bebo un poco de mi té, te miro y me pareces despreciable, sí, despreciable. Tu paz, esa parsimonia con la que dispones cada cosa, el modo en el que cortas queso o me ofreces pan. Qué diabólico me parece lo que haces, tener todo predispuesto, actuando con falsa simpatía para luego disparar. Jamás esperé algo similar de ese momento, sabía bien que nada es para siempre, pero confiaba en tu criterio, en esa empatía de la que me había enamorado.

Tomas mi mano, me erizas cada pelo y de paso destruyes todo lo que pensaba hace un momento. Tus labios estaban prestos a romper cada espacio de mi cuerpo; yo, comencé a llorar, ya no soporté la idea de escucharte, de estar frente a tu rostro y no besarlo. “Hey, escúchame, es importante”; “Okey, lo siento, es sólo un poco de estrés” afirmé con la cabeza, mientras secaba mis ojos con una servilleta que habías dispuesto bajo un plato. Una vez que terminé, subí la mirada, encontré la tuya y tuve el valor de guardar silencio y enfrentarme a tu declaración.

Tú, decidido y empoderado, sonríes, amplias el ceño y luego dices: lo he pensado bien, muy bien y quisiera que tuviéramos un hijo –te corriges- o hija, da igual. Sé que aún no podemos, pero si todo sale bien en marzo se aprobará la ley. ¿Qué te parece?