martes, 30 de agosto de 2011

I just need you now.

A pocos días de su muerte, el olor a rosas, claveles y otros eufemismos aún persisten en el aíre, como un recuerdo adherido a la conciencia colectiva y a la mía propia. El pasar del día a día no ha cambiado con su muerte, los vivos siguen actuando como imberbes, los niños riendo con lo absurdo, y yo por mi parte, continúo arrastrando la misma tendinitis que nunca me he tratado.

El silencio es más callado desde el día de su muerte, como si los pájaros hayan decidido no cantar y los autos acallarse. Cierro mi boca y puedo escuchar la nadería, como un eco eterno de la plenitud de antaño fenecida, cuando él vivía y yo con él.

No sé en momento terminé por sucumbir en su mirada, últimamente y durante los últimos días de su vida, he hecho una especie de reminiscencia, quitando el polvo a los recuerdos para buscar aquella tarde (por el brillo de sus ojos bajo el sol) en que lo conocí, pero por más que intento no lo sé, lisa y llanamente no lo logro; Es imposible escindir el momento de la situación, es un intento estéril de separar lo subjetivo y quedarse con el resto.

Quiero volver a enamorarme, o al menos, adherir su piel junto a la mía. Requiero la pervivencia del encanto de vivir un día más; temo olvidar, le temo al perder y a perderme junto a él

sábado, 20 de agosto de 2011

tomame.

Dime tú qué hacer, dime cómo y cuándo todo cobrará sentido, señálame la forma de entender todas estas delimitaciones. Pareces tener tanta seguridad, un sentido común parsimonioso, un modo ágil y maduro, la experiencia vasta propia de un anciano. Por mi parte, no veo sino un tejido sin orden, un cúmulo de puros y vulgares sentimientos, un llanto y una risa enajenada, una inocencia primigenia y un erotismo elaborado.
Ven, sin miramientos; explícame las cosas de un modo que parezca simple, dame ese sentido de existencia, las coordenadas básicas de orientación, toma mi mano y no vaciles en hacerlo fuerte, bríndame un poco de tu calor vital, de aquel que trasciende de tus dedos, desde la punta más álgida del índice al pliegue perdido del pulgar; toma mi cabeza, cubre mis ojos de la realidad profana y su verdad, y así sin más, presiona fuerte tus labios contra mi cabello, con una bocanada tibia de tu respiración.
El carménère es el único testigo de mi patetismo, del recuerdo ensombrecido que hay tras tu figura, y por más que intento no caer en la desazón no veo más caminos, como condenado a una sentencia inmerecida. Se retuercen mis extremidades, mi corazón va de paso en paso perdiendo intensidad, y ya a esta altura sólo deseo que me tomes, que no concibas tu vida sin la mía, que lo haga sin mirar atrás, depurado del temor, ávido de mí y de la estela de vapor que emana en cada beso.