sábado, 27 de noviembre de 2010

el primer baile

He conseguido encontrar un silencio al que no le falta nada, un día a día que ya no duele cuando las horas pasan, noches serenas en las que logro dormir como hacía tiempo no lo conseguía.

Los momentos hoy me saben con un especial dulzor y no es fruto de halagos poco originales o noches imprudentes, es simplemente reconocer en mí más de lo que el resto es capaz de ver, es sonreír porque hoy he sido de alcanzar la cima de mi propia cumbre, es gozar del resultado de mis pasos y de lo seductor que se divisa el porvenir.

Adoro mirar al sol, que cual soberano se proyecta en mi ventana cada tarde, me encanta la ligereza de mis pies, lo liviano que hoy se sienten mis hombros, la libertad de la que goza cada hebra de mi cabello, lo variopinto que se ha vuelto todo lo que vivo, la naturalidad que envuelve a mi mirada o lo absolutamente cálido que se ha tornado cada espacio de mi piel.

Hoy quiero contagiar mi ritmo, tocar el cielo por antojadiza voluntad, amar intensa y libremente, quizás a modo de pedir disculpas a mi corazón, una forma de redimirme por lo imbécil que pude llegar a ser, de la estupidez de supeditar mi bienestar a las manos de cualquiera y de condicionar mis ganas de volar a que alguien quisiera alzar el vuelo.

No pretendo, sin embargo, deshacerme en los brazos de quien no retenga ni su nombre o de quien quiera escindirse de la sensibilidad de mi carácter, de eso ya he tenido suficiente y he de ser sincero, hace un buen tiempo que ya dejaron de ser un bien escaso.

A veces, me es imposible no verme sobrepasado por lo irritante que se vuelve la rutina, pero he conseguido circunscribirla al ámbito preciso de su acción, le he dado, de ese mismo modo, a cada cosa su lugar y he graduado de a poco su importancia. Sin duda soy testigo de una nueva y definitiva forma de vivir, al fin termine por encontrar al bailarín, que soy yo mismo, de aquel baile que dejé pendiente y que para mi suerte está recién en el comienzo.