sábado, 20 de agosto de 2011

tomame.

Dime tú qué hacer, dime cómo y cuándo todo cobrará sentido, señálame la forma de entender todas estas delimitaciones. Pareces tener tanta seguridad, un sentido común parsimonioso, un modo ágil y maduro, la experiencia vasta propia de un anciano. Por mi parte, no veo sino un tejido sin orden, un cúmulo de puros y vulgares sentimientos, un llanto y una risa enajenada, una inocencia primigenia y un erotismo elaborado.
Ven, sin miramientos; explícame las cosas de un modo que parezca simple, dame ese sentido de existencia, las coordenadas básicas de orientación, toma mi mano y no vaciles en hacerlo fuerte, bríndame un poco de tu calor vital, de aquel que trasciende de tus dedos, desde la punta más álgida del índice al pliegue perdido del pulgar; toma mi cabeza, cubre mis ojos de la realidad profana y su verdad, y así sin más, presiona fuerte tus labios contra mi cabello, con una bocanada tibia de tu respiración.
El carménère es el único testigo de mi patetismo, del recuerdo ensombrecido que hay tras tu figura, y por más que intento no caer en la desazón no veo más caminos, como condenado a una sentencia inmerecida. Se retuercen mis extremidades, mi corazón va de paso en paso perdiendo intensidad, y ya a esta altura sólo deseo que me tomes, que no concibas tu vida sin la mía, que lo haga sin mirar atrás, depurado del temor, ávido de mí y de la estela de vapor que emana en cada beso.

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