domingo, 29 de abril de 2012

lo inevitable.

Te observo. Te miro. Te veo. Te contemplo. Te hago mío, muy mío, tanto que no recuerdo ni tu nombre. Eres parte de mi, eres yo, como mis manos lo son de mi cabeza. Te deseo, mucho, más que mucho, muchísimo, y quizá escribir implica al mismo tiempo limitarme, es como darle un nombre a los impulsos, o trazarle una misma ruta a la sangre tibia y desbocada.

Te pienso. Te analizo. Te imagino, Te proyecto. Sea día, sea noche; sea claro, sea oscuro; sea frío, sea cálido. Veo el sol y es como ver tu cuerpo en movimiento; veo cómo caen las hojas en otoño y me acuerdo del destello de tus ojos, de tu brillo destemplado, pero tuyo propio; veo como se deslizan las gotas de la lluvia en la ventana y es casi estar frente al sudor que caía de tu espalda.

Te privo de conducta. Domino tu cabeza con la fuerza de la mía. Te cosifico. Te tomo como medio y te transformas en mi fin. El más hermoso de todos los finales.

Tengo miedo, desde punta a punta, desde extremo a extremo y desde norte a sur. Mas no por ti, sino por mi.


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